GUITARVERA 2015. DÍAS DE AGUA: PORTALES, TABERNAS Y FRAGUA
Yo quisiera ser porquero
en el tiempo las morcillas,
abril y mayo vaquero
cuando paren las novillas,
junio y julio borreguero
cuando acarran las merinas,
agosto y septiembre obrero
cuando vendimian las viñas.
Luego cojo mi capote
y lo lleno de patatas
y me voy a la taberna
y allí que me piquen ratas.
Los magníficos “portales” de nuestra Plaza Mayor, que mantiene su estructura tradicional desde finales del siglo XIX, se convertían en el marco más idóneo para entablar relaciones en estos días de lluvia, ya que facilitaban el trasiego entre las posadas y tabernas sin necesidad de mojarse, a la vez que favorecían la formación de corrillos en los que se realizaban numerosos y continuos tratos.
Los ganaderos y agricultores llegaban a la plaza antes del amanecer. Las churreras ya tenían preparada la caldera y el aceite caliente. Después de tomar unos churros y una copa de aguardiente con los amigos, había que ir a alimentar al ganado o ir a ordeñar las cabras y vacas. Las cuadras se encontraban generalmente en las plantas bajas de las propias viviendas o en las callejas aledañas al núcleo urbano, donde también se situaban muchas de las majadas. Los tratantes y ganaderos aprovechaban estos días de lluvia para comprar y vender las caballerías y otros animales como cabras, cabritos o cerdos.
En la plaza también se realizaban los tratos con los arrieros, que dormían en las posadas y traían mercancías de otros lugares, como Navalmoral o Talavera, y compraban los productos que aquí se producían; siendo numerosas las transacciones comerciales entre unos y otros.
El lugar preferido para realizar los tratos eran las tabernas, siempre junto al mostrador compartiendo unas copas de aguardiente. El alcohol calentaba los ánimos y “la boca”, lo cual favorecía los acuerdos. Allí se encontraban los que pretendían vender y los que deseaban comprar y en medio el tratante. Se comentaba el número de cabezas y peso aproximado y se discutían los precios. El trato se cerraba, tras un forcejeo por ambas partes, hasta ponerse de acuerdo en el número de cabezas, precio, forma de pago y tiempo de recogida. Si se llegaba a un arreglo, posteriormente se desplazaban a la cuadra o a las majadas para, sobre el terreno, sellaban el trato si se veía conveniente. Si todo iba tal y como se había dicho y convenido se aceptaba la señal, cantidad de dinero que se adelantaba como formalización y compromiso y se fijaba el día del peso. Si durante el tiempo transcurrido desde la fecha de la venta y la del peso habían subido o bajado los precios en el mercado, el trato no se alteraba y se respetaba lo pactado. Los tratos se cerraban antaño con un fuerte apretón de manos y, posteriormene, se sellaban con el “alboroque”, tomando unos chatos de vino de pitarra.
Hicimos convenio
volver otra vez
al charco de vino
borrachos tos tres,
tos tres, tos tres
tos tres, tos tres.
Borrachos tos tres
borrachos tos cuatro
vamos a la cuadra
a ver el caballo.
Los “portales” también eran el lugar idóneo para contactar con los patronos y cerrar compromisos de trabajo; tanto por parte de los medieros, que trabajaban las tierras de otros; como por parte de los jornaleros, que se situaban en filas o en corrillos alrededor de éstos, esperando que algún patrón se acercara a ellos a ofrecerles algún trabajo. Los jornales eran escasos, salvo en tiempo de siega, esquila o recolección; pero siempre se podía encontrar algún jornal para hacer picón, cortar leña, o para realizar pequeños arreglos en las fincas. Los jornales se contrataban por “peonías” (trabajo que se realiza en un día). En aquellas épocas se solían contratar varias “cuadrillas” hasta que se terminase el trabajo.
También los amos aprovechaban estos días para “ajustar” los cabreros y borregueros, que eran contratados para servir como criados guardando el ganado por temporadas.
Los que conseguían trabajo pasaban varios días celebrándolo con grandes borracheras de taberna en taberna; al igual que los no afortunados, que mataban sus penas haciendo “San Jirulo”, celebrando este supuesto santo que servía para festejar los días no festivos, pasando el día de taberna en taberna… Es lógico que el alcohol se haya utilizado desde siglos como un tradicional desinhibidor, al tiempo que sirve para estimular los sentimientos de euforia y bienestar. En numerosos casos, el alcohol pasaba a ser así refugio ante los fracasos cotidianos, que llevaban a muchas familias de trabajadores a vivir en la miseria y en la desgracia. La taberna se convertía así en un medio de aislarse de un hogar infeliz que, además, solía reunir escasas condiciones de habitabilidad.
En Villanueva podemos documentar la existencia de tabernas y posadas desde tiempos remotos; como reza el cantar:
Villanueva, Villanueva.
Villanueva, la bravía,
Con venticinco tabernas
Y ninguna librería…
En el Interrogatorio de la Real Audiencia, realizado el 12 de marzo de 1791 aparece:
“Que en esta villa y su jurisdicion hay el abasto de carniceria, que se arrienda anualmente solo por que surta de carnes el abastecedor a este comun, hay el de la avaceria que solo en el se vende aceite y xabon, el de taberna vendiendo en este vino y no otro licor, y el de aguardiente; que unos y otros se arriendan cada año en publica subasta, que regulado su producto por el quinquenio de los cinco ultimos años han balido en cada uno de ellos dos mil trescientos reales. Permaneziendo sus pesos y medidas con arreglo a los de los pueblos comarcanos.”
Según el B.O.P.C del 14 de noviembre de 1890, podemos constatar que hay tres posadas en la plaza, regentadas por Manuela Castañar, Ignacio Gómez y Francisco Moreno; y una taberna, como venta de vino, regentada por José Parrón Martínez. No sabemos si habría más, porque en el listado solo aparecen los pagadores de los arbitrios.
En el B.O.P.C. de 20 de abril de 1904 aparecen tres posaderos en la Plaza: José Huertas Martín, Lorenzo Serrano Garvín y Ramona Araujo Cordobés; y una taberna regentada por Fulgencio Castaños.
Frecuentar la taberna era una de las prácticas masculinas más habitual, convirtiéndose en un espacio esencial para la socialización en la vida cotidiana de las clases populares. A ella se acudía no solo para beber: era un lugar indispensable para conversar; intercambiar noticias; punto de parada en un breve intermedio del trabajo o en el camino hacia el taller o de vuelta a casa; un local intensamente vinculado al ocio popular; espacio lúdico de diversión y de cantos; y refugio de frustraciones familiares. Además, como ya hemos dicho, se convertía en el escenario de multitud de actividades comerciales.
La taberna, como espacio típicamente varonil, estaba generalmente vetada a las mujeres. En la actualidad, no se pone ningún impedimento a la entrada de éstas; pero, en muchos casos, se sigue considerando que no es su espacio habitual: “La mujer y el perro a la puerta el chozo”, “La mujer y la sartén en la cocina están bien”, hemos oído decir cientos de veces.
En nuestro pueblo, la mujer, sobre todo, en las clases trabajadoras, siempre ha contribuido con el trabajo personal a los ingresos familiares, no sólo con el trabajo en casa, sino participando en las tareas agrícolas y ganaderas, o incluso trabajando a jornal igual que los hombres. La estructura familiar en Villanueva está basada en una economía doméstica donde cada uno de los miembros aporta su trabajo. Esto hace que la identidad masculina y femenina y los papeles privados y públicos entre la mujer y el hombre sean bastante borrosos. Por eso será la taberna, y en ella, el mostrador, el lugar idóneo para reforzar el papel masculino con símbolos y rituales que excluyen a las mujeres. Sigue siendo muy habitual oír en estas conversaciones expresiones como estas: “macho”, “no tienes cojones”, “cojonudo”, “no me toques los cojones”,... y , sobre todo, veremos gestos de autoafirmación que sirven para engrandecer la imagen masculina, como tocarse “las vergüenzas” en público, darse fuertes palmadas en la espalda, pedir las copas dando un palmetazo resonante sobre el mostrador, gastar bromas pesadas, decir obscenidades y, sobre todo, alusiones verbales y corporales al acto sexual. Pero, aparte de la agresividad física y sexual, es importante que el hombre demuestre su “formalidad”, autocontrol, capacidad de mantener la dignidad, nunca se pueden perder los estribos, incluso con las bromas pesadas nunca debe perder la calma, hay que saber aguantar para, más tarde, poder atacar calculadamente, así demostrará su “hombría” ante los demás.
Como vemos, la propia bebida y su ritualización tenían ingredientes asociados a la virilidad y al fortalecimiento del compañerismo. Se bebe en común, “una ronda para todos”. El beber se convierte en un rito social que no deja de estar sometido a unas normas que todos deben cumplir; hay que aceptar las distintas formas de invitar, aceptar y corresponder a las copas creándose un comportamiento ritualizado. Cuando uno dice: “invito yo”, sus compañeros protestan de forma poco convincente, como parte del juego; seguidamente, reitera su invitación, le hace una seña al camarero para llenar los vasos y, después de unas cuantas objeciones, todos acceden. Antes de acabar la copa, otro invita a una segunda “ronda” y el ritual se repite. Existen expresiones de estos rituales que se han mantenido hasta nuestros días, como: “¡vamos a tomar la espuela!”, “la penúltima” o “arrancaera” que dan a entender que se desea concluir con la bebida, y al mismo tiempo permiten que el que quiera marcharse pueda corresponder al pedir la última ronda; estaría muy mal visto que alguien se fuese sin pagar. Si cuando ya ha comenzado la ronda, llega un nuevo compañero, se dice: “el que llega de Roma, jinca la porra”, para indicar que el último que llega tiene que invitar si quiere beber.
La taberna, en cuando lugar de riñas y pendencias, va a ser perseguida por la Iglesia hasta el siglo XIX. En tiempos en que la Iglesia lo dominaba todo, era uno de los pocos locales de uso colectivo donde se podía blasfemar en plena libertad; donde el proletariado podía entregarse con bastantes menos cortapisas a lo que se consideraban conductas viciosas y depravadas. Además de consumirse bebidas alcohólicas, sobre sus mesas o en habitaciones interiores reservadas, se jugaba a los naipes, otro de los vicios responsables, según la literatura del momento, de la desaparición de buena parte de los jornales y de la ruina de la familia. Su espacio también era escenario frecuente de “trágicas reyertas”; ya que muchos vecinos se pasaban en ellas las noches enteras, de lo que se originaban disputas, que acababan muchas veces en peleas y, en el peor de los casos, en muertes; consecuencia todo ello del excesivo consumo de vino. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que también los peligros del alcoholismo y la perversión de la taberna atrajesen la atención de los moralistas.
“Los vecinos de Villanueva de la Vera, Valentín Fernández y Julián Pascual Quintas, ambos mayores de edad, cuando se encontraban durante la noche de anteayer, en una taberna de aquel pueblo, comenzaron a discutir, ocasionando una reyerta. Inmediatamente intervino la guardia civil, quien denunció al Juzgado, a los exaltados bebedores.”
Nuevo Día, 30 de abril de 1929.
Sin embargo lo que más preocupaba a las autoridades civiles y a la Iglesia, es que la taberna, finalmente, no era ajena al desarrollo de discusiones colectivas que también podían tener contenido político, capaces de ocasionar movimientos obreros y, en numerosas ocasiones se tratan de cerrar o de regular sus horarios. Sin embargo, la taberna continuará siendo el lugar de relación más accesible para los trabajadores; no había que pagar cuota alguna para entrar en sus locales, el vino seguía siendo barato, y el horario de apertura se adaptaba plenamente al tiempo de que disponía el trabajador: escaso y de provisión irregular.
En torno a las mesas, era donde se organizaban las actividades más comunes de la taberna: la bebida, pero también la conversación o el juego de cartas:
“El 1º del corriente marchó a Villanueva de la Vera el segundo inspector de Vigilancia, Sr. Martínez Niño. Según nos han dicho, la marcha obedeció a denuncia en la que se aseguraba que en el mencionado pueblo se “tiraba de la oreja a Jorge”.
Norte de Extremadura. 6 de febrero de 1909.
(«Tirar de la oreja a Jorge», expresión en desuso, que se utilizaba antes de la década de 1920, se utilizaba como sinónimo de jugarse dinero a las cartas. El juego siempre fue muy popular y tuvo una larga vida a pesar de ser considerada siempre como ilegal, y propia de bribones y de vagos. Por lo visto procede de cuando los jugadores cogen la carta por una esquina, por una oreja, y se cree una derivada de la jerga universitaria. Jorge de Trebisonda, humanista bizantino, tradujo la «Retórica» de Aristóteles y el «Almagesto» de Ptolomeo, y de su complicado estudio se escabullían los estudiantes jugando a los naipes, «tirando de la oreja a Jorge de Trebisonda».)
Y LA FRAGUA:
El trabajo de herrero se remonta a la edad de hierro y su tradición ha ido pasando de padres a hijos hasta nuestros días. El año 750 a.C. se estableció como límite entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, coincidiendo con la aparición de dicho metal en algunas regiones europeas.
En nuestra zona, la cultura de los vettones tiene su máximo esplendor durante la Edad del Hierro, cuyas huellas se suceden y mezclan con pueblos indoeuropeos, así como con los pueblos y culturas del norte de África y del Mediterráneo, como fenicios, griegos, cartagineses, etruscos y romanos.
Esta compleja y gradual evolución desde el ocaso del mundo de Cogotas I hasta el desarrollo de las comunidades vettonas al socaire de la cultura celtibérica, no habría sido posible si, desde finales del segundo milenio a.C., no se hubiera desarrollado una red de intercambios a gran escala que favoreciese la difusión de nuevas ideas y tecnologías. La utilización del hierro no fue repentina ni se produjo en todos los lugares a la vez, puesto que a pesar del perfecto conocimiento técnico alcanzado por los metalurgistas del bronce, el trabajo del nuevo metal implicaba algunas variaciones como la adaptación de los hornos a mayor temperatura, la necesidad de purificar de escorias y, sobre todo, la imposibilidad de colar el metal fundido en moldes de piedra, como el cobre o el bronce, siendo necesario dar la forma a la pieza deseada por martilleo en caliente y luego templarla, enfriándola bruscamente en agua fría para obtener mayor dureza.
La celtización impuso ante todo una nueva organización social y económica que proporcionó a las poblaciones vettonas una mayor capacidad de expansión y cohesión. El crecimiento de los castros y las nuevas estrategias de subsistencia son consecuencia, entre otras muchas cosas, de la eficaz difusión de tecnologías agrarias y de la metalurgia del hierro, que permiten explotar con éxito los suelos duros de la región y garantizar de este modo un poblamiento estable. En nuestro pueblo, son de destacar los numerosos restos hallados en la Cañada de Pajares y el asentamiento del Cerro Castrejón.
La minería fue también importante para la economía de los romanos. Pero en la Vera los yacimientos minerales siempre han sido muy escasos. En Villanueva se han encontrado dos yacimientos arqueológicos romanos, que probablemente correspondieran a asentamientos más antiguos reutilizados: "La Finca de las Corias: al sur del pueblo, se registra un área de dispersión de material cerámico aunque bastante escaso y otra más amplia de dispersión de escorias. Los restos metálicos son de hierro, provenientes seguramente de la misma mineralización, como muestran los análisis realizados por que indican la presencia de manganeso y de ligeras trazas de calcopirita. “La Laguna”: En un cerro sobre la fosa del Tiétar se localiza una importante concentración de escoria de hierro y cerámica romana.
Durante la Edad Media serán los judíos los encargados de trabajar el hierro, igual que la mayoría de los oficios artesanos: carpinteros, ceramistas, hojalateros, orfebres, etc.
En el Interrogatorio de la Real Audiencia. Extremadura a finales de los tiempos modernos. Partido de Plasencia, realizado el 12 de marzo de 1791, dice que en Villanueva hay:
“dos herreros dedicados unicamente a componer erramientas de estos domiciliarios con que labran y venefician sus haziendas, un herrador y alveitar, quatro sastres, dos carpinteros,…”
En 1904 el herrero era Antonio Cordobés García, y tenía una fragua en la Calle del Pozo.
El herrero forjaba el hierro calentándolo previamente en carbón ardiendo animado con el aire del fuelle. Una vez que el hierro estaba candente lo golpeaba con un martillo, en el yunque, hasta darle la forma deseada.
En la fragua también se disponía de una gran muela de afilar para el uso propio del herrero que necesitaba tener bien afiladas sus herramientas como para los demás vecinos que la utilizaban para mejorar el corte en herramientas de gran tamaño como hachas, azadas, azuelas, etc. Para afilar los objetos más delicados como cuchillos, tijeras y navajas, se acudía al “afilaor”, que solía ser ambulante. La mayoría eran gallegos y pasaban de vez en cuando por el pueblo con su rueda de afilar: recorrían las calles anunciando sus habilidades mediante los silbidos de su chiflo característico. Posteriormente el “afilaero” se acopló a una bicicleta y la rueda pasó a la historia.
En ocasiones los vecinos afilaban sus herramientas, chicas y grandes, con piedras planas que ellos mismos se fabricaban, o sobre alguna jamba o dintel de ventana o puerta que era de piedra de granito, muy aparente para dejar el corte fino. Los carniceros como ya hemos comentado lo hacían en las columnas de piedra de la plaza. Si nos fijamos bien, podemos ver en muchas puertas y ventanas el desgaste producido por el roce de las herramientas sobre la piedra al afilarlas.
El herrero fabricaba en la fragua todo tipo de herramientas: arados, azadas, hoces, “sigurejas”, “zachos”, azuelas, herraduras... tan necesarias para los agricultores y ganaderos. También elaboraban algunas piezas que servían de complemento en la construcción y en la carpintería, aunque en nuestra zona los materiales predominantes son la madera, el adobe y la piedra; como cerraduras, aldabas y clavos; también podemos ver en algunas casas antiguas del pueblo, sobre la primera planta, dedicada a los dormitorios, unos pequeños balcones con rejas forjadas.
También elaboraban muchos objetos necesarios en la casa como: candiles, sartenes, planchas, cazos, calderos, cucharas “jerrreñas”, “estinazas”, “estrébedes”, “estijeras”, llares, cuchillos, morrillos, “arrimaores”, badilas, braseros, palancaneros, planchas... En todos ellos, el herrero dejaba su firma en forma de retorcidos adornos: motivos florales, o la iniciales incisas de la dueña de la casa.
El oficio del herrero estaba muy relacionado con el de “herraor”. Los herreros fabricaban las herraduras a medida de los cascos; después se le raspaban bien las pezuñas y, por último, se las clavaban en los cascos con unos clavos.
Este oficio, como el de zapatero, peluquero, o silletero, tenía también algo de social, ya que raro era el día u hora en que o había reunión de algunas personas, que con motivo de ir a encargar arreglos o a hacer otros nuevos encargos, prolongaban la tertulia, en compañía de otros clientes y naturalmente del artesano, que era el eje de la reunión, y que tomaba parte muy activa en la conversación, sin impedirle realizar su faena.
Este oficio, junto con el de “herraor”, ha desaparecido en su totalidad debido a la mecanización del campo y por consiguiente, la desaparición de las bestias de carga. Actualmente el hierro y la fragua han perdido su importancia debido a las nuevas tecnologías y materiales, y que este trabajo era antes más necesario e imprescindible y ahora se ha convertido en un trabajo artesano, de “lujo”. El oficio de herrero ha derivado en empleados de carpintería metálica, fabricando puertas, remolques, carrozando camiones, rejas, balconadas,… trabajos muy diferentes de los que se realizaban en las fraguas antiguas.
Jose María Ambrosio Sánchez
Yo quisiera ser porquero
en el tiempo las morcillas,
abril y mayo vaquero
cuando paren las novillas,
junio y julio borreguero
cuando acarran las merinas,
agosto y septiembre obrero
cuando vendimian las viñas.
Luego cojo mi capote
y lo lleno de patatas
y me voy a la taberna
y allí que me piquen ratas.
Los magníficos “portales” de nuestra Plaza Mayor, que mantiene su estructura tradicional desde finales del siglo XIX, se convertían en el marco más idóneo para entablar relaciones en estos días de lluvia, ya que facilitaban el trasiego entre las posadas y tabernas sin necesidad de mojarse, a la vez que favorecían la formación de corrillos en los que se realizaban numerosos y continuos tratos.
Los ganaderos y agricultores llegaban a la plaza antes del amanecer. Las churreras ya tenían preparada la caldera y el aceite caliente. Después de tomar unos churros y una copa de aguardiente con los amigos, había que ir a alimentar al ganado o ir a ordeñar las cabras y vacas. Las cuadras se encontraban generalmente en las plantas bajas de las propias viviendas o en las callejas aledañas al núcleo urbano, donde también se situaban muchas de las majadas. Los tratantes y ganaderos aprovechaban estos días de lluvia para comprar y vender las caballerías y otros animales como cabras, cabritos o cerdos.
En la plaza también se realizaban los tratos con los arrieros, que dormían en las posadas y traían mercancías de otros lugares, como Navalmoral o Talavera, y compraban los productos que aquí se producían; siendo numerosas las transacciones comerciales entre unos y otros.
El lugar preferido para realizar los tratos eran las tabernas, siempre junto al mostrador compartiendo unas copas de aguardiente. El alcohol calentaba los ánimos y “la boca”, lo cual favorecía los acuerdos. Allí se encontraban los que pretendían vender y los que deseaban comprar y en medio el tratante. Se comentaba el número de cabezas y peso aproximado y se discutían los precios. El trato se cerraba, tras un forcejeo por ambas partes, hasta ponerse de acuerdo en el número de cabezas, precio, forma de pago y tiempo de recogida. Si se llegaba a un arreglo, posteriormente se desplazaban a la cuadra o a las majadas para, sobre el terreno, sellaban el trato si se veía conveniente. Si todo iba tal y como se había dicho y convenido se aceptaba la señal, cantidad de dinero que se adelantaba como formalización y compromiso y se fijaba el día del peso. Si durante el tiempo transcurrido desde la fecha de la venta y la del peso habían subido o bajado los precios en el mercado, el trato no se alteraba y se respetaba lo pactado. Los tratos se cerraban antaño con un fuerte apretón de manos y, posteriormene, se sellaban con el “alboroque”, tomando unos chatos de vino de pitarra.
Hicimos convenio
volver otra vez
al charco de vino
borrachos tos tres,
tos tres, tos tres
tos tres, tos tres.
Borrachos tos tres
borrachos tos cuatro
vamos a la cuadra
a ver el caballo.
Los “portales” también eran el lugar idóneo para contactar con los patronos y cerrar compromisos de trabajo; tanto por parte de los medieros, que trabajaban las tierras de otros; como por parte de los jornaleros, que se situaban en filas o en corrillos alrededor de éstos, esperando que algún patrón se acercara a ellos a ofrecerles algún trabajo. Los jornales eran escasos, salvo en tiempo de siega, esquila o recolección; pero siempre se podía encontrar algún jornal para hacer picón, cortar leña, o para realizar pequeños arreglos en las fincas. Los jornales se contrataban por “peonías” (trabajo que se realiza en un día). En aquellas épocas se solían contratar varias “cuadrillas” hasta que se terminase el trabajo.
También los amos aprovechaban estos días para “ajustar” los cabreros y borregueros, que eran contratados para servir como criados guardando el ganado por temporadas.
Los que conseguían trabajo pasaban varios días celebrándolo con grandes borracheras de taberna en taberna; al igual que los no afortunados, que mataban sus penas haciendo “San Jirulo”, celebrando este supuesto santo que servía para festejar los días no festivos, pasando el día de taberna en taberna… Es lógico que el alcohol se haya utilizado desde siglos como un tradicional desinhibidor, al tiempo que sirve para estimular los sentimientos de euforia y bienestar. En numerosos casos, el alcohol pasaba a ser así refugio ante los fracasos cotidianos, que llevaban a muchas familias de trabajadores a vivir en la miseria y en la desgracia. La taberna se convertía así en un medio de aislarse de un hogar infeliz que, además, solía reunir escasas condiciones de habitabilidad.
En Villanueva podemos documentar la existencia de tabernas y posadas desde tiempos remotos; como reza el cantar:
Villanueva, Villanueva.
Villanueva, la bravía,
Con venticinco tabernas
Y ninguna librería…
En el Interrogatorio de la Real Audiencia, realizado el 12 de marzo de 1791 aparece:
“Que en esta villa y su jurisdicion hay el abasto de carniceria, que se arrienda anualmente solo por que surta de carnes el abastecedor a este comun, hay el de la avaceria que solo en el se vende aceite y xabon, el de taberna vendiendo en este vino y no otro licor, y el de aguardiente; que unos y otros se arriendan cada año en publica subasta, que regulado su producto por el quinquenio de los cinco ultimos años han balido en cada uno de ellos dos mil trescientos reales. Permaneziendo sus pesos y medidas con arreglo a los de los pueblos comarcanos.”
Según el B.O.P.C del 14 de noviembre de 1890, podemos constatar que hay tres posadas en la plaza, regentadas por Manuela Castañar, Ignacio Gómez y Francisco Moreno; y una taberna, como venta de vino, regentada por José Parrón Martínez. No sabemos si habría más, porque en el listado solo aparecen los pagadores de los arbitrios.
En el B.O.P.C. de 20 de abril de 1904 aparecen tres posaderos en la Plaza: José Huertas Martín, Lorenzo Serrano Garvín y Ramona Araujo Cordobés; y una taberna regentada por Fulgencio Castaños.
Frecuentar la taberna era una de las prácticas masculinas más habitual, convirtiéndose en un espacio esencial para la socialización en la vida cotidiana de las clases populares. A ella se acudía no solo para beber: era un lugar indispensable para conversar; intercambiar noticias; punto de parada en un breve intermedio del trabajo o en el camino hacia el taller o de vuelta a casa; un local intensamente vinculado al ocio popular; espacio lúdico de diversión y de cantos; y refugio de frustraciones familiares. Además, como ya hemos dicho, se convertía en el escenario de multitud de actividades comerciales.
La taberna, como espacio típicamente varonil, estaba generalmente vetada a las mujeres. En la actualidad, no se pone ningún impedimento a la entrada de éstas; pero, en muchos casos, se sigue considerando que no es su espacio habitual: “La mujer y el perro a la puerta el chozo”, “La mujer y la sartén en la cocina están bien”, hemos oído decir cientos de veces.
En nuestro pueblo, la mujer, sobre todo, en las clases trabajadoras, siempre ha contribuido con el trabajo personal a los ingresos familiares, no sólo con el trabajo en casa, sino participando en las tareas agrícolas y ganaderas, o incluso trabajando a jornal igual que los hombres. La estructura familiar en Villanueva está basada en una economía doméstica donde cada uno de los miembros aporta su trabajo. Esto hace que la identidad masculina y femenina y los papeles privados y públicos entre la mujer y el hombre sean bastante borrosos. Por eso será la taberna, y en ella, el mostrador, el lugar idóneo para reforzar el papel masculino con símbolos y rituales que excluyen a las mujeres. Sigue siendo muy habitual oír en estas conversaciones expresiones como estas: “macho”, “no tienes cojones”, “cojonudo”, “no me toques los cojones”,... y , sobre todo, veremos gestos de autoafirmación que sirven para engrandecer la imagen masculina, como tocarse “las vergüenzas” en público, darse fuertes palmadas en la espalda, pedir las copas dando un palmetazo resonante sobre el mostrador, gastar bromas pesadas, decir obscenidades y, sobre todo, alusiones verbales y corporales al acto sexual. Pero, aparte de la agresividad física y sexual, es importante que el hombre demuestre su “formalidad”, autocontrol, capacidad de mantener la dignidad, nunca se pueden perder los estribos, incluso con las bromas pesadas nunca debe perder la calma, hay que saber aguantar para, más tarde, poder atacar calculadamente, así demostrará su “hombría” ante los demás.
Como vemos, la propia bebida y su ritualización tenían ingredientes asociados a la virilidad y al fortalecimiento del compañerismo. Se bebe en común, “una ronda para todos”. El beber se convierte en un rito social que no deja de estar sometido a unas normas que todos deben cumplir; hay que aceptar las distintas formas de invitar, aceptar y corresponder a las copas creándose un comportamiento ritualizado. Cuando uno dice: “invito yo”, sus compañeros protestan de forma poco convincente, como parte del juego; seguidamente, reitera su invitación, le hace una seña al camarero para llenar los vasos y, después de unas cuantas objeciones, todos acceden. Antes de acabar la copa, otro invita a una segunda “ronda” y el ritual se repite. Existen expresiones de estos rituales que se han mantenido hasta nuestros días, como: “¡vamos a tomar la espuela!”, “la penúltima” o “arrancaera” que dan a entender que se desea concluir con la bebida, y al mismo tiempo permiten que el que quiera marcharse pueda corresponder al pedir la última ronda; estaría muy mal visto que alguien se fuese sin pagar. Si cuando ya ha comenzado la ronda, llega un nuevo compañero, se dice: “el que llega de Roma, jinca la porra”, para indicar que el último que llega tiene que invitar si quiere beber.
La taberna, en cuando lugar de riñas y pendencias, va a ser perseguida por la Iglesia hasta el siglo XIX. En tiempos en que la Iglesia lo dominaba todo, era uno de los pocos locales de uso colectivo donde se podía blasfemar en plena libertad; donde el proletariado podía entregarse con bastantes menos cortapisas a lo que se consideraban conductas viciosas y depravadas. Además de consumirse bebidas alcohólicas, sobre sus mesas o en habitaciones interiores reservadas, se jugaba a los naipes, otro de los vicios responsables, según la literatura del momento, de la desaparición de buena parte de los jornales y de la ruina de la familia. Su espacio también era escenario frecuente de “trágicas reyertas”; ya que muchos vecinos se pasaban en ellas las noches enteras, de lo que se originaban disputas, que acababan muchas veces en peleas y, en el peor de los casos, en muertes; consecuencia todo ello del excesivo consumo de vino. Nada tiene de extraño, por consiguiente, que también los peligros del alcoholismo y la perversión de la taberna atrajesen la atención de los moralistas.
“Los vecinos de Villanueva de la Vera, Valentín Fernández y Julián Pascual Quintas, ambos mayores de edad, cuando se encontraban durante la noche de anteayer, en una taberna de aquel pueblo, comenzaron a discutir, ocasionando una reyerta. Inmediatamente intervino la guardia civil, quien denunció al Juzgado, a los exaltados bebedores.”
Nuevo Día, 30 de abril de 1929.
Sin embargo lo que más preocupaba a las autoridades civiles y a la Iglesia, es que la taberna, finalmente, no era ajena al desarrollo de discusiones colectivas que también podían tener contenido político, capaces de ocasionar movimientos obreros y, en numerosas ocasiones se tratan de cerrar o de regular sus horarios. Sin embargo, la taberna continuará siendo el lugar de relación más accesible para los trabajadores; no había que pagar cuota alguna para entrar en sus locales, el vino seguía siendo barato, y el horario de apertura se adaptaba plenamente al tiempo de que disponía el trabajador: escaso y de provisión irregular.
En torno a las mesas, era donde se organizaban las actividades más comunes de la taberna: la bebida, pero también la conversación o el juego de cartas:
“El 1º del corriente marchó a Villanueva de la Vera el segundo inspector de Vigilancia, Sr. Martínez Niño. Según nos han dicho, la marcha obedeció a denuncia en la que se aseguraba que en el mencionado pueblo se “tiraba de la oreja a Jorge”.
Norte de Extremadura. 6 de febrero de 1909.
(«Tirar de la oreja a Jorge», expresión en desuso, que se utilizaba antes de la década de 1920, se utilizaba como sinónimo de jugarse dinero a las cartas. El juego siempre fue muy popular y tuvo una larga vida a pesar de ser considerada siempre como ilegal, y propia de bribones y de vagos. Por lo visto procede de cuando los jugadores cogen la carta por una esquina, por una oreja, y se cree una derivada de la jerga universitaria. Jorge de Trebisonda, humanista bizantino, tradujo la «Retórica» de Aristóteles y el «Almagesto» de Ptolomeo, y de su complicado estudio se escabullían los estudiantes jugando a los naipes, «tirando de la oreja a Jorge de Trebisonda».)
Y LA FRAGUA:
El trabajo de herrero se remonta a la edad de hierro y su tradición ha ido pasando de padres a hijos hasta nuestros días. El año 750 a.C. se estableció como límite entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, coincidiendo con la aparición de dicho metal en algunas regiones europeas.
En nuestra zona, la cultura de los vettones tiene su máximo esplendor durante la Edad del Hierro, cuyas huellas se suceden y mezclan con pueblos indoeuropeos, así como con los pueblos y culturas del norte de África y del Mediterráneo, como fenicios, griegos, cartagineses, etruscos y romanos.
Esta compleja y gradual evolución desde el ocaso del mundo de Cogotas I hasta el desarrollo de las comunidades vettonas al socaire de la cultura celtibérica, no habría sido posible si, desde finales del segundo milenio a.C., no se hubiera desarrollado una red de intercambios a gran escala que favoreciese la difusión de nuevas ideas y tecnologías. La utilización del hierro no fue repentina ni se produjo en todos los lugares a la vez, puesto que a pesar del perfecto conocimiento técnico alcanzado por los metalurgistas del bronce, el trabajo del nuevo metal implicaba algunas variaciones como la adaptación de los hornos a mayor temperatura, la necesidad de purificar de escorias y, sobre todo, la imposibilidad de colar el metal fundido en moldes de piedra, como el cobre o el bronce, siendo necesario dar la forma a la pieza deseada por martilleo en caliente y luego templarla, enfriándola bruscamente en agua fría para obtener mayor dureza.
La celtización impuso ante todo una nueva organización social y económica que proporcionó a las poblaciones vettonas una mayor capacidad de expansión y cohesión. El crecimiento de los castros y las nuevas estrategias de subsistencia son consecuencia, entre otras muchas cosas, de la eficaz difusión de tecnologías agrarias y de la metalurgia del hierro, que permiten explotar con éxito los suelos duros de la región y garantizar de este modo un poblamiento estable. En nuestro pueblo, son de destacar los numerosos restos hallados en la Cañada de Pajares y el asentamiento del Cerro Castrejón.
La minería fue también importante para la economía de los romanos. Pero en la Vera los yacimientos minerales siempre han sido muy escasos. En Villanueva se han encontrado dos yacimientos arqueológicos romanos, que probablemente correspondieran a asentamientos más antiguos reutilizados: "La Finca de las Corias: al sur del pueblo, se registra un área de dispersión de material cerámico aunque bastante escaso y otra más amplia de dispersión de escorias. Los restos metálicos son de hierro, provenientes seguramente de la misma mineralización, como muestran los análisis realizados por que indican la presencia de manganeso y de ligeras trazas de calcopirita. “La Laguna”: En un cerro sobre la fosa del Tiétar se localiza una importante concentración de escoria de hierro y cerámica romana.
Durante la Edad Media serán los judíos los encargados de trabajar el hierro, igual que la mayoría de los oficios artesanos: carpinteros, ceramistas, hojalateros, orfebres, etc.
En el Interrogatorio de la Real Audiencia. Extremadura a finales de los tiempos modernos. Partido de Plasencia, realizado el 12 de marzo de 1791, dice que en Villanueva hay:
“dos herreros dedicados unicamente a componer erramientas de estos domiciliarios con que labran y venefician sus haziendas, un herrador y alveitar, quatro sastres, dos carpinteros,…”
En 1904 el herrero era Antonio Cordobés García, y tenía una fragua en la Calle del Pozo.
El herrero forjaba el hierro calentándolo previamente en carbón ardiendo animado con el aire del fuelle. Una vez que el hierro estaba candente lo golpeaba con un martillo, en el yunque, hasta darle la forma deseada.
En la fragua también se disponía de una gran muela de afilar para el uso propio del herrero que necesitaba tener bien afiladas sus herramientas como para los demás vecinos que la utilizaban para mejorar el corte en herramientas de gran tamaño como hachas, azadas, azuelas, etc. Para afilar los objetos más delicados como cuchillos, tijeras y navajas, se acudía al “afilaor”, que solía ser ambulante. La mayoría eran gallegos y pasaban de vez en cuando por el pueblo con su rueda de afilar: recorrían las calles anunciando sus habilidades mediante los silbidos de su chiflo característico. Posteriormente el “afilaero” se acopló a una bicicleta y la rueda pasó a la historia.
En ocasiones los vecinos afilaban sus herramientas, chicas y grandes, con piedras planas que ellos mismos se fabricaban, o sobre alguna jamba o dintel de ventana o puerta que era de piedra de granito, muy aparente para dejar el corte fino. Los carniceros como ya hemos comentado lo hacían en las columnas de piedra de la plaza. Si nos fijamos bien, podemos ver en muchas puertas y ventanas el desgaste producido por el roce de las herramientas sobre la piedra al afilarlas.
El herrero fabricaba en la fragua todo tipo de herramientas: arados, azadas, hoces, “sigurejas”, “zachos”, azuelas, herraduras... tan necesarias para los agricultores y ganaderos. También elaboraban algunas piezas que servían de complemento en la construcción y en la carpintería, aunque en nuestra zona los materiales predominantes son la madera, el adobe y la piedra; como cerraduras, aldabas y clavos; también podemos ver en algunas casas antiguas del pueblo, sobre la primera planta, dedicada a los dormitorios, unos pequeños balcones con rejas forjadas.
También elaboraban muchos objetos necesarios en la casa como: candiles, sartenes, planchas, cazos, calderos, cucharas “jerrreñas”, “estinazas”, “estrébedes”, “estijeras”, llares, cuchillos, morrillos, “arrimaores”, badilas, braseros, palancaneros, planchas... En todos ellos, el herrero dejaba su firma en forma de retorcidos adornos: motivos florales, o la iniciales incisas de la dueña de la casa.
El oficio del herrero estaba muy relacionado con el de “herraor”. Los herreros fabricaban las herraduras a medida de los cascos; después se le raspaban bien las pezuñas y, por último, se las clavaban en los cascos con unos clavos.
Este oficio, como el de zapatero, peluquero, o silletero, tenía también algo de social, ya que raro era el día u hora en que o había reunión de algunas personas, que con motivo de ir a encargar arreglos o a hacer otros nuevos encargos, prolongaban la tertulia, en compañía de otros clientes y naturalmente del artesano, que era el eje de la reunión, y que tomaba parte muy activa en la conversación, sin impedirle realizar su faena.
Este oficio, junto con el de “herraor”, ha desaparecido en su totalidad debido a la mecanización del campo y por consiguiente, la desaparición de las bestias de carga. Actualmente el hierro y la fragua han perdido su importancia debido a las nuevas tecnologías y materiales, y que este trabajo era antes más necesario e imprescindible y ahora se ha convertido en un trabajo artesano, de “lujo”. El oficio de herrero ha derivado en empleados de carpintería metálica, fabricando puertas, remolques, carrozando camiones, rejas, balconadas,… trabajos muy diferentes de los que se realizaban en las fraguas antiguas.
Jose María Ambrosio Sánchez
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